YARAVI POR QUÉ A VERTE VOLVI SILVIA QUERIDA
MARIANO MELGAR
¿Por qué a verte volví, Silvia
querida?
¡Ay triste! ¿para qué? ¡Para trocarse
mi dolor en más triste despedida!
Quiere en mi mal mi suerte deleitarse;
me presenta más dulce el bien que pierdo:
¡Ay! ¡Bien que va tan pronto a disiparse!
¡Oh, memoria infeliz! ¡Triste recuerdo!
Te vi… ¡qué gloria! pero ¡dura pena!
Ya sufro el daño de que no hice acuerdo.
Mi amor ansioso, mi fatal cadena,
a ti me trajo con influjo fuerte.
Dije: «Ya soy feliz, mi dicha es plena».
Pero ¡ay! de ti me arranca cruda suerte;
este es mi gran dolor, este es mi duelo;
en verte busqué vida y hallo muerte.
Mejor hubiera sido que este cielo
no volviera a mirar y sólo el llanto
fuese en mi ausencia todo mi consuelo.
Cerca del ancho mar, ya mi quebranto
en lágrimas deshizo el triste pecho;
ya pené, ya gemí, ya lloré tanto
¿Para qué, pues, por verme satisfecho
vine a hacer más agudos mis dolores
y a herir de nuevo el corazón deshecho?
De mi ciego deseo los ardores
volcánicos crecieron, de manera
que víctima soy ya de sus furores.
¡Encumbradas montañas! ¿Quién me diera
la dicha de que al lado de mi dueño,
cual vosotras inmóvil, subsistiera?
¡Triste de mí! Torrentes, con mal ceño
romped todos los pasos de la tierra,
¡piadosos acabad mi ansioso empeño!
Acaba, bravo mar, tu fuerte guerra;
isla sin puerto vuelve las ciudades;
y en una sola a mí con Silvia encierra.
¡Favor tinieblas, vientos, tempestades!
pero vil globo, profanado suelo,
¿es imposible que de mí te apiades?
¡Silvia! Silvia, tú, dime ¿a quién apelo?
no puede ser cruel quien todo cría;
pongamos nuestras quejas en el cielo.
Él solo queda en tan horrible día,
único asilo nuestro en tal tormento,
él solo nos miró sin tiranía.
Si es necesario que el fatal momento
llegue… ¡Piadoso Cielo! en mi partida
benigno mitigad mi sentimiento.
Lloro… no puedo más… Silvia querida,
déjame que en torrentes de amargura
saque del pecho mío el alma herida.
El negro luto de la noche oscura
sea en mi llanto el solo compañero,
ya que no resta más a mi ternura.
Tú, Cielo Santo, que mi amor sincero
miras y mi dolor, dame esperanza
de que veré otra vez el bien que quiero.
En sola tu piedad tiene confianza
mi perseguido amor… Silvia amorosa.
El Cielo nuestras dichas afianza.
Lloro, sí, pero mi alma así llorosa,
unida a ti con plácida cadena,
en la dulce esperanza se reposa,
y ya presiente el fin de nuestra pena.
querida?
¡Ay triste! ¿para qué? ¡Para trocarse
mi dolor en más triste despedida!
Quiere en mi mal mi suerte deleitarse;
me presenta más dulce el bien que pierdo:
¡Ay! ¡Bien que va tan pronto a disiparse!
¡Oh, memoria infeliz! ¡Triste recuerdo!
Te vi… ¡qué gloria! pero ¡dura pena!
Ya sufro el daño de que no hice acuerdo.
Mi amor ansioso, mi fatal cadena,
a ti me trajo con influjo fuerte.
Dije: «Ya soy feliz, mi dicha es plena».
Pero ¡ay! de ti me arranca cruda suerte;
este es mi gran dolor, este es mi duelo;
en verte busqué vida y hallo muerte.
Mejor hubiera sido que este cielo
no volviera a mirar y sólo el llanto
fuese en mi ausencia todo mi consuelo.
Cerca del ancho mar, ya mi quebranto
en lágrimas deshizo el triste pecho;
ya pené, ya gemí, ya lloré tanto
¿Para qué, pues, por verme satisfecho
vine a hacer más agudos mis dolores
y a herir de nuevo el corazón deshecho?
De mi ciego deseo los ardores
volcánicos crecieron, de manera
que víctima soy ya de sus furores.
¡Encumbradas montañas! ¿Quién me diera
la dicha de que al lado de mi dueño,
cual vosotras inmóvil, subsistiera?
¡Triste de mí! Torrentes, con mal ceño
romped todos los pasos de la tierra,
¡piadosos acabad mi ansioso empeño!
Acaba, bravo mar, tu fuerte guerra;
isla sin puerto vuelve las ciudades;
y en una sola a mí con Silvia encierra.
¡Favor tinieblas, vientos, tempestades!
pero vil globo, profanado suelo,
¿es imposible que de mí te apiades?
¡Silvia! Silvia, tú, dime ¿a quién apelo?
no puede ser cruel quien todo cría;
pongamos nuestras quejas en el cielo.
Él solo queda en tan horrible día,
único asilo nuestro en tal tormento,
él solo nos miró sin tiranía.
Si es necesario que el fatal momento
llegue… ¡Piadoso Cielo! en mi partida
benigno mitigad mi sentimiento.
Lloro… no puedo más… Silvia querida,
déjame que en torrentes de amargura
saque del pecho mío el alma herida.
El negro luto de la noche oscura
sea en mi llanto el solo compañero,
ya que no resta más a mi ternura.
Tú, Cielo Santo, que mi amor sincero
miras y mi dolor, dame esperanza
de que veré otra vez el bien que quiero.
En sola tu piedad tiene confianza
mi perseguido amor… Silvia amorosa.
El Cielo nuestras dichas afianza.
Lloro, sí, pero mi alma así llorosa,
unida a ti con plácida cadena,
en la dulce esperanza se reposa,
y ya presiente el fin de nuestra pena.
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